Existe una especie de aura de negatividad flotando sobre todo lo que tenga que ver con Overwatch. Un velo mediático que (razonablemente) llena de banderas rojas cada nuevo paso de Blizzard de cara al lanzamiento de la secuela: desde "¿ pagarías 45 dólares por una esquín?" hasta "grabarán tus conversaciones y solicitarán tu número de teléfono" pasando por "los recién llegados tendrán que desbloquear los personajes de OW1". Siendo honesto, a veces es doloroso verme como un fan de esta franquicia. Creo que existen muchas razones para seguir los movimientos de Overwatch 2 desde las sombras, con los ojos entrecerrados y la mano a escasos centímetros del botón para emergencias. Pero con la misma sinceridad con la que digo eso, también digo que llevo unas semanas jugando a OW2 —y más allá de las punzantes realidades que rodean al título, me lo he pasado bastante bien. Tanto, que como veterano del original, estoy bastante satisfecho con el resultado final. Y hablamos de un producto que arrastraba muchas necesidades específicas.
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